Crónica: el teleférico de Amatitlán

El carro se detiene y yo me despierto porque finalmente llegué al lago de Amatitlán. No veo el lago todavía; lo que alcanzo a apreciar son los juegos de feria, puestos de comida, comedores, artesanías, frutas e incluso unas ventas de juguetes. Después de hablar con un policía de tránsito que indica donde se puede estacionar el carro, me bajo y siento un olor peculiar; no sé qué era, probablemente una mezcla del lago verdoso con los  puestos de comida y las personas que han disfrutado de un día caluroso.

Sin indicaciones sobre donde es la entrada al teleférico, me dirijo a un lugar donde me dijeron que ya estaba cerrado ¿cómo puede ser si aun se ve que hay personas que se están subiendo? No he venido hasta acá por gusto así que mejor fui a asegurarme de que estuviera cerrado. Afortunadamente, cierran hasta las cinco y todavía son las tres. Parece que hoy no me escapo de subirme a este, según dicen, entretenido paseo.

¿Y qué es un teleférico? En la entrada se pueden observar unos carteles con información y los leo mientras espero mi turno. El teleférico es un medio de transporte suspendido por cables que sirve para enlazar zonas entre las que median terrenos accidentados o de grandes diferencias de altitud como el parque Las Ninfas (Amatitlán) en la parte baja enlazada con la parte alta, El Filón (Villa Nueva).

La historia de este medio de transporte inició en junio de 1978, durante el gobierno de Kjell Eugenio Laugerud García pero se dejó de prestar este servicio en 1998. Fue reinaugurado, completamente automatizado, remodelado y modernizado el 24 de febrero de 2006 durante el gobierno de Óscar Berger. Fue construido y nuevamente reparado por la empresa austríaca Dopellmayr, también intervino la empresa Siemens en su remodelación. El motor que se utiliza es de 300 caballos de fuerza y se cuenta con un motor diesel de emergencia en caso de que haya un corte de electricidad.

Así que ahora podemos disfrutar de este servicio y cada vez más se acerca mi turno. La entrada cuesta Q.20 para adultos y Q.15 para niños, además el máximo de personas que pueden ir en una unidad son 4 adultos. Como es domingo hay muchas personas pero todos esperamos pacientemente. Al fin llega el número 14 con el nombre Quetzaltenango; hay que subirse rápido porque la cabina no para en su totalidad.

Empieza el recorrido y salimos de la estación. Desde ya se puede observar el lago y los puestos. Al iniciar el ascenso no me había percatado que tomaba tanta altitud. Cuando veo la gran montaña que va a subir, realmente se siente miedo ¿cómo algo que cuelga de unos cables puede ir tan alto? Sin mencionar el gran abismo que empieza a crecer desde el punto de partida hasta el punto de llegada, no esperaba este recorrido. Se pueden ver a las personas del otro lado y como ya vienen de regreso, supongo que todo va a salir bien. El paisaje es muy agradable: el lago verdoso con algunas casas en su orilla, las montañas alrededor y por la pequeña ventana de la cabina entra una brisa refrescante.

Después de recorrer el trayecto que cada vez se ponía más empinado, se llega a la cima de la montaña. De nuevo, hay que apresurarse para bajar porque las cabinas no paran completamente. Todo el que sale está impaciente por apreciar la vista y vale la pena tomarse un tiempo para ver el paisaje.

En esta estación hay un bosque, bancas, puestos de comida, juegos para los niños y por supuesto, el mirador. El ambiente es mucho más tranquilo que abajo y el aire se respira puro. No hay tantas personas, lo que permite sentarse a observar. Sólo estuve ahí por unos minutos pero lo suficiente para guardar en mi memoria hasta donde había llegado.

De regreso a la estación, hay que hacer cola otra vez. Uno se puede dar cuenta de que las instalaciones no están bien cuidadas; ojalá que el descuido no lleve a que se cierre el teleférico otra vez como en 1998. Es mi turno para subir de nuevo, esta vez en el número 22 de Zacapa.

Tras reiniciar el recorrido, el tamaño del abismo no deja de impactar pero prefiero tomar fotografías. Cuando me acerco a mi punto de partida vuelvo a ver a la gente disfrutando de su domingo, pero da un poco de alivio regresar sano y salvo. Llegando a la orilla y luego a la estación, ya es hora de bajarse. Así terminó el emocionante recorrido y aunque a veces asusta, no dudaría en tomarlo de nuevo.

A la salida está el museo y un área recreativa pero me dirijo de una vez a la salida. En las calles están otra vez los colores, el olor y las texturas características de lugares turísticos. Llama mi atención la comida típica, las frutas de gran tamaño y de colores brillantes y por supuesto, las artesanías. Desde bolsas tejidas, hasta unos grandes barcos de madera tallados a mano, hay mucho para ver en este lugar.

Son alrededor de las cuatro de la tarde, ya no hay tantas personas como cuando llegué, aún así todavía hay quienes disfrutan de las últimas horas de la tarde. El clima es cálido y al subirme al carro me despido de este lugar.  A la salida, se pueden seguir varios caminos y se pueda dar un último vistazo al lago con algunas casas abandonadas.

Al dejar atrás las orillas del lago, se pueden ver caseríos y el pueblo. Más adelante sólo están las montañas, algunos condominios y al llegar a la carretera, la industria. Finalmente llegué al punto donde ya sólo se puede ver la ciudad de Guatemala, dando por concluido mi viaje a Amatitlán, muy bien conocido por su lago, el teleférico y por ser uno de los puntos preferidos para pasear por los guatemaltecos.